Fuego. La dicotomía entre destrucción y renacimiento. Incendios que reducen a escombros aquellas paredes que fueron testigo de la labor creativa de un pionero musical en actos asociados al grind, a la frontera, a cuestiones de género y a la diversificación. Pero a su vez, un fuego liberador que remite a la posibilidad de un nuevo comienzo, de otro proyecto, otra banda, otro lugar; la posibilidad de reinventarse o redescubrirse. De alcanzar lo inasequible.
Llamas, calor, gases, humo, oxígeno y luz. La combustión abrasando todo a su paso. Los instrumentos se retuercen y sus gritos son ahogados por el crujir de muebles y vigas, por el estruendo de los vidrios explotando en varias direcciones y por la vorágine de esta energía que parece desgarrarse antes de sofocarse, una y otra vez, a lo largo de la vida de Ricardo Valentino.
“Richard Valentino”, la “Lumbre Morena”, “El Chacal de la frontera”, parteaguas artístico y eje motor de la escena musical mexicana y latinoamericana “core” que abrazaría, inconscientemente, su trayectoria.
Poco o virtualmente nada se conoce de él. Crónicas dispersas en los labios de una generación ajena a la inclusión en Festivales musicales contemporáneos. Algunos rumores mal intencionados en el devaneo social de bandas canónicas. Estrofas o acordes que se dispersan tal y como hicieron las cenizas en cada uno de los incendios presentes en la vida de Valentino, hombre que creó un universo de sangre, cerveza, lodo, tierra, sacrilegio, horror, mística y ruido a su medida.
Valentino, el judío errante del Norte, nació en el Bolsón de Mapimí en la década de los 50. De su familia se conoce poco salvo que en su juventud pasaría tiempo con un tío en Los Ángeles.
Es sólo a través de sus composiciones de donde se extraen pasajes vivenciales y/o biográficos sobre el apego a su tierra y la valoración histórica mexicana que concilia las civilizaciones prehispánicas, la mística panteísta y la modernidad. Sin embargo, es tangible la conformación de una identidad fuertemente anclada en sus raíces norteña. “Yo no soy mexicano, soy norteño”, decía.
Algunas tapias a punto de derrumbarse permanecen como evidencia tangible de su trayectoria y del retorno a las tierras que lo vieron crecer. Pequeños colosos de la memoria que rezan “Luz de lumbre en el Auditorio. Todos gratis” adornados con falos y pentagramas. Pues si bien Valentino y sus incendios oscilaron en repetidas ocasiones entre el norte y al sur, se sabe que regresó a Durango.
La presencia de la frontera ejerce esa poderosa fascinación en algunos individuos; no se ha terminado de arribar al otro lado cuando se añora el origen.
Su vida fue la conjunción de las paridades que lentamente gestarían una figura musical diversa. Un peregrinaje que oscilaba entre su participación litúrgica (se presume que Valentino fue acólito en su niñez) y su relación estrecha con drogas suaves y duras. Entre sus composiciones independientes y solitarias y aquellas que contaban con la inclusión de un séquito de músicos que daría génesis a más de treinta agrupaciones diferentes, mismas que se extinguirían en un abrir y cerrar de ojos. Entre la creación del Menstrual Core y aquella presunta e infame grabación del “Himen Mexicano”, versión apócrifa y tremendista de uno de los símbolos más sobresalientes de la nación mexicana.
Persisten algunos ecos distantes en rancherías y urbes de aquellos que fueron testigos de alguna presentación en vivo de Ritos de Frontera, de Ecosidio Continental, de Rancho de Fuego o de Los Morras. Los incendios fueron poco benévolos con los remanentes físicos biográficos de Valentino. El tiempo se encargó de consumir lo que se salvó. El resto de los miembros fue engullido por la falta de dirección y abandono de este dios del lodo, los maizales, los chanates sedientos, la sífilis, los cuchillos y el averno.
Valentino se erige como un punto equidistante que hilvana estos antónimos. Entre Valentino y estos extremos luminosos; el abismo, los misteriosos incendios que devoraron todo, ese rock chicano mexicano que no lograba deslindarse de la influencia anglosajona y los covers, las convenciones sociales, los músicos de sillón desechables, los ideales y la presencia latinoamericana como algo banal y completamente situacional. Entre Valentino y los extremos, una oscuridad mediocre. En el centro de este universo, Valentino lanzando llamaradas que envolvieron todo en un destello incandescente y fugaz. “A los tibios, el Jesús los vomitaba de su boca” versaba la contraportada de Muertos por dentro, vivos por fuera. Todo o nada, lumbre o vacío.
Fuego. La dicotomía entre renacimiento y destrucción. El misterio no se resuelve; se propaga. Una vez más, busca alcanzar todo. Todo o nada.
Texto por: Ana Rosales
Ilustración por: Francisco León
Agradecimientos: Luis Safa