Odonimus: Leer y contar las calles
Adolescente sol
levanta –a luz y sombra– mirada panorámica,
ciudad esbelta transparente de azules,
anchas flores dormidas,
ciegas estatuas olvidadas.
Aurora Reyes, “Presencia de la mañana”, 1952
Las calles fronterizas están llenas de historias, de anécdotas, de momentos que pueden ser heroicos, memorables, dignos de olvido o triviales. Cada ciudadano guarda algún recuerdo de lo que ocurrió en tal avenida, por aquel bulevar, al fondo de equis callejón, en aquel cine que ahora se conserva solo en ruinas. Los peatones colmamos tales vías a través de ires y venires tan cotidianos que a veces el trayecto pasa de largo. A veces por el clima, la combinación feral de viento y polvo, la blancura de la nieve o la sequedad de un sol inclemente a las espaldas del entramado urbano puede quedar cubierto desde sus cimientos. No obstante, las calles forman parte de lo que somos y le dan coordenadas a nuestra biografía. Estas narrativas –pertenecientes al mundo de la ficción como los cuentos, crónicas y novelas–, no solo describen a la ciudad sino que moldean la percepción que nos formamos de ella, al tiempo que sitúan a nuevos escritores, escuchas y lectores en una dirección determinada. Ya sean de concreto, de asfalto, de tierra o de piedra, los transeúntes juarenses conocemos estos caminos por su nombre o por una reducción arbitraria del mismo: la Plutarco, el Eje, la Vicente, la Pana, la López. A veces, el pasado se niega a morir en la oralidad del residente fronterizo, como en el caso de la Jilo, ahora llamada Manuel Clouthier. Sin embargo, y a pesar de la frecuencia con que dichas nominaciones son usadas, poco interés hay en la comunidad por conocer quiénes son las personas detrás de los nombres propios fijados en las placas de cada arteria. ¿Por qué esta calle se llama Mariscal? ¿Quiénes fueron los hermanos Escobar? ¿Por qué en mi dirección figuran Alí Chumacero, Mauricio Corredor, Salvador Novo o Carlos Villarreal?
El proyecto Cartografía Literaria de Ciudad Juárez estudia la relación que existe entre el arte de escribir y su vinculación con los espacios urbanos. Nuestros esfuerzos se dirigen hacia el interés de los lectores (ya hechos o potenciales) por textos literarios que de alguna forma se posicionan en el entorno juarense por medio de evocaciones sobre la ciudad, parques, bares o puentes que aparecen como escenario de ficciones, pero también a través de nombres de calles, placas o inscripciones. Estamos convencidos que la persona de a pie se acercará a esas obras después de haber visitado los lugares referidos, aunque el orden de los factores no altera al lector, en la medida que haya información disponible. Por ello, el colectivo Juaritos Literario, desde los programas de literatura de la UACJ, ha asumido la tarea de difundir los textos que retratan la frontera a través de entradas de blog y de posts en el perfil de Facebook. Salimos de la página impresa con cámara fotográfica en mano para localizar las ficciones que ocurren en alguna área de Juárez, dotándola de un nuevo significado. Nuestros mapas trazan rutas a través de lugares que han servido de inspiración para que narradores, poetas y dramaturgos ubiquen el destino de sus personajes o sitúen la emoción de sus creaciones. Diseñamos recorridos a través de señalizaciones, plazas, sitios históricos o monumentos que nos intentan contar historias y les damos voz. La placa de una calle, por ejemplo, además de representar a sus inquilinos, guarda en sí la imagen de aquello que representa. Cuando se trata de un nombre propio, como Abraham Lincoln, Justo Sierra, Nezahualcóyotl, Carmen Amato (poeta local) o Jacinto Benavente, tenemos una oportunidad inminente para recordar quiénes fueron, qué escribieron y cómo su figura se ha integrado a las arterias de Ciudad Juárez. Odonimus, iniciativa que forma parte de nuestra cartografía, ostenta el objetivo específico de impulsar el potencial literario que subyace en la vía pública y que rotula la esquina de cada cuadra.
A continuación ilustraremos lo hasta aquí dicho con tres ejemplos. Una calle que cambió de nombre y que se anega a la menor llovizna, un tugurio que abrió sus puertas a los nóveles poetas, y un antiguo mercado de segunda mano. Carlos, protagonista de la novela Juárez Whiskey (2013) de César Silva Márquez, deambula por las calles guiado por la nostalgia de tiempos pasados. En un pasaje, camina cerca de la clínica y hospital del IMSS mejor conocidos como “Seguro nuevo”, ya que había crecido en ese barrio en la década de los 80’s. “Con las lluvias de julio la ciudad se inunda y la Avenida Valentín Fuentes, antes llamada Juan Ruiz de Alarcón, no era la excepción”. La búsqueda de su viejo hogar fracasa y “Carlos se preguntaba si los árboles seguirían ahí. En esta ciudad lo que crecía más rápido era el cemento”. Al leer estas líneas, nos cuestionamos si existiría algún rastro del nombre anterior, ya que nos atrae más el dramaturgo novohispano que el empresario juarense. Averiguamos que el cambio de nombre ocurrió alrededor de 1970 cuando “El Zorro”, don Valentín Fuentes Varela, tenía el caudal suficiente para promover esa mudanza y cuantas más. ¡Vaya sorpresa encontrarnos en la avenida placas domiciliares anunciando la “Calle Juan Ruiz de Alarcón”! El Paso del Norte guarda memoria de su antaña nomenclatura. Preguntamos a los vecinos y las respuestas fueron tan ambiguas que incluso nos dijeron: “Ya casi llegan… unos pasos más y dan vuelta a la derecha en la Moisés Rangel”. Así que seguimos puntualmente las indicaciones y antes de cruzar la Ejército Nacional nos encontramos con lo prometido. La biografía de Ruiz de Alarcón, nacido hacia 1580, se construye a partir de controversias, ajustes de interpretación y pleitos de pertenencia. Resulta curioso que el mismo destino sufrió su calle, ya que perdió la primicia de atravesar cuatro kilómetros para convertirse en una cerrada de menos de 100 metros, en donde los vecinos gozan de una tranquilidad propia de callejón y presumen que en época de aguas ahí no se inundan, ni que fuera la Valentín.
En el actual cruce entre las céntricas calles en Acacias y Abasolo, por la antigua Zona Roja de la ciudad, se vislumbra en la pared caliza, debajo del letrero del actual negocio (Cervecería Siete Leguas), el anuncio de lo que antes era: el Bar La Brisa, “espacio clave del renacimiento cultural juarense a principios de la década del 90. Si usted estuvo alguna vez ahí, por favor comparta y cuente cómo eran esas noches de rock y literatura” (testimonio tomado del muro de Willivaldo Delgadillo, autor de Garabato). También hay un par de registros líricos sobre esta mítica cantina. Se trata de composiciones antologadas en Cíbola: cinco poetas del norte (1999). Me refiero a los parroquianos Joaquín Cosío y Jorge Humberto Chávez. El poemario del primero, Mujeres de la brisa, fue pionero en explorar el tema del feminicidio, “que cinco años después sería una de las poéticas de identidad en autores recientes”. Antonio Rubio, miembro de Juaritos Literario, explora la parte oscura de esos versos “donde la ausencia trágica de lo femenino afecta de manera sintomática a la urbe que las ve desaparecer”. Por otro lado, “El poema de la mujer ida o poema de La Brisa”, perteneciente al libro Bar Papillón (establecimiento que sigue en operaciones) consolidó una tradición poética de taberna (¿etilírica?) escrita por hombres, de la cual, una de nosotros, Amalia Rodríguez, ve en el “Alcohol y contemplación: dos aspectos que caracterizan la dinámica de este bar y que también estructuran todo el poemario de Chávez”. El mismo Jorge Humberto me compartió memorias sobre ese “sitio tan de mala muerte y tan hermoso”, así como la foto donde “jóvenes hombres y mujeres se meten en la música / entre brasas y voces secretas que se cruzan”. Recuerda que “el sábado 4 de agosto de 1990 mi hermano Miguel y yo iniciamos un proyecto llamado Casa de la Poesía La Brisa, con el apoyo del FEMAP”. La dinámica “consistía en una lectura cada quince días, los sábados. Se leía primeramente poesía durante cerca de 40 min., y luego el grupo de Rock Satélite, de Daniel Montañez, daba un concierto de rock por una hora. La raza bebía sólo cerveza, oía poesía y bailaba. Los principales autores que pasaron por La Brisa son Alí Chumacero, José Agustín y Evodio Escalante”. Las puertas del bar cerraron tras un sospechoso incendio hace como 15 años.
Hacia finales del siglo XIX, previo a la entrada del ferrocarril, la propiedad de la tierra juarense se dividía en partidos. Desde ese entonces, el Barrio Chaveña aparece en las actas del cabildo. Una vez llegada la locomotora, decenas de trabajadores (maquinistas, garroteros, mecánicos y administrativos) buscaron asiento en los alrededores de la estación y talleres, y fue así que el barrio se convirtió en colonia. Para el cronista David Pérez López, “hablar de la Chaveña es hablar de su legendaria Pila, su parque infantil, el mercado de «Los Cerrajeros»”. En las inmediaciones del cruce entre las calles Libertad y Nieves Acosta se hallan puestos que venden artículos usados o de segunda mano. Miguel Ángel Chávez, hermano de Jorge Humberto (los de La Brisa), relata sus excursiones en los mercados de pulgas “que se han reproducido como insectos” en la metrópoli. “El más auténtico y antiguo es el de los Herrajeros. En él laboraban herreros que reparaban herramientas de labranza. La llegada de la modernidad los hizo cambiar de giro” y al día de hoy, además de la ambigüedad entre la C y la H, en el asfalto de la Chaveña se ofrece todo tipo de mercancía proveniente del primer mundo. Esta dinámica transfronteriza evidencia la asimetría económica de ambos países. No obstante, los procesos de integración urbana son persistentes a pesar de la disparidad con la que se administra el erario. El protagonista de Oriundo Laredo, novela de Alejandro Páez Varela, transita por escenarios de aproximación ciudadana a través de lazos personales (de parentesco o amistad), azares de empleo o razones funcionales (mejor oferta de un mismo producto). La colecta, que acusa el consumismo desmedido en El Paso y la necesidad juarense, sirve de caso ejemplar, ya que liga de forma directa a los habitantes del Country Club con la Chaveña. Ahorran ambos, “porque a los ricos les costaría una cuota liberarse de muebles y otros enseres si recurrieran a los servicios de limpia. Y para los otros es un regalo que no pueden rechazar. Unos y otros, pues, están cómodos con el mecanismo de reparto”. Recomendamos ir a los H(c)errajeros los sábados que hay más variedad.
Juaritos Literario tiene ya proyectada una ruta literaria a través de este mercado y otras atracciones chaveñeras, como la Escuela Revolución o la famosa Pila. La cita es en el MUREF el sábado 24 de marzo en punto de las 11:30 am (más detalles en las redes de Juaritos Literario). Los resultados de Cartografía Literaria de Ciudad Juárez, así como más de un centenar de textos, ya están en línea, esperando la lectura o la contribución de quien quiera andar las calles con un libro bajo el brazo. Al caminar por la Mariscal o la Paso del Norte recordarán algún verso, un cuento, algún episodio histórico que enriquezca la experiencia del transitar, integrando a cada paso fragmentos de escritores o personas ilustres a la vida y obra de nosotros, los que estudiamos, trabajamos, fatigamos los caminos y pagamos puntualmente los impuestos.
Ciudad Juárez, 28 de febrero de 2018.
Texto: Joel Amparán y Carlos Urani Montiel
Foto: “Bar Las Brisas” Jorge Humberto Chávez