Fue una noche sorprendente, todos los que ahí embonaron tenían algo que ver con el arte expresivo, ese que se nutre en las calles, por un lado David Flores, por el otro Chucky Zapata, enfrente estaba Aarón Venegas, y de un lado a otro Yorch, en la esquina aquella estaba Alfredo Carrillo, pero frente a mí, detrás del mostrador de la panadería estaba Isabel Cabanillas, quien se tomó el tiempo de platicarme con calma que se había juntado con otra amiga para lograr una pintura en un cartoncillo, al tiempo que me le mostraba de primera mano, lo hizo con una sonrisa afable, el gusto con que detallaba su trabajo, era como una feria de cuetes de colores, lo único negro de su persona eran sus ojos: enormes, tan radiantes que disparaban ráfagas de nobleza. Nada de maldad se percibía en ella, su hablar era cadencioso y se detenía con todo mundo para contagiarlo con su alegría, así era Isabel Cabanillas.
Esa noche estaba llena de energía, me refirió varios de sus trabajos, en sus manos tenía una playera con la cara de Amalia Mondragón, había sacado la foto de su muro y lo trasladó a pulso a una camiseta. A sus espaldas estaba colgada una chamarra de mezclilla con otra pintura que también había hecho a mano, los colores eran llamativos, fulgurantes, llenos de vida, coincidían con su eterna sonrisa y sus dientes blancos. Esos diez minutos pasaron rápido, y bastaron para que su energía rociara toda la Panadería. Me habló de “usted”, porque mi canas hablaron primero, en una nada se acercó David Flores “El MabosKa” y me dice: -mira Reymon lo que me puso en la chamarra Chabelita. Luego se giró de espaldas y me mostró la pintura que había detallado con pinceles. -hazle uno al Reymon. Insistió David.
Fue un sábado espectacular pero ocho días después, aquí estoy: veo muchas caras conocidas, y otras que nunca pasaron por mi ojos, es la marcha más triste a la que he asistido. Desde que llegué al punto de partida en el Monumento a Benito Juárez había once patrullas en un reducido pedazo de cuadra y alrededor de los protestantes rondaban más de seis piquetes de uniformados, en un clarísimo acto intimidatorio. La marcha ha comenzado por la calle Constitución y luego 16 de Septiembre. ¡Alto! Grita alguien, y de inmediato dos chavas dejan un par de mensajes en las paredes aledañas exigiendo justicia, los chotas solo miran, y las pintas quedan perfectas.
Mientras la marcha se reanuda, un grupo de féminas policías estúpidamente sonrientes se toman selfies, se reservaron las agresiones pero se les escapa la diarrea cerebral por otro lado, en tres segundos han dibujado tooooda la ignorancia que puede tener un pseudo guardián del orden en mi país.
A mi lado derecho hay un letrero que porta un joven “AMLO, Corral, Cabada, tienen las manos manchadas”, en la cabecera, hacia enfrente de la marcha, varias personas portan un letrero que se arruga de lo grande que es. Nos hemos detenido afuera del Bar Eugenios, ahí estuvo la última noche y el sitio ha servido como una palestra para que ellas, las mujeres de Juárez griten y digan que lo que sienten, es justo y necesario que alguien lo haga y el momento es idóneo.
“Isabel vive la lucha sigue” se escucha en el perifoneo y los caminantes alivian con su respuesta. Ese ha sido el grito que ha acompañado a los asistentes por casi una hora. Hemos llegado al sitio donde fue asesinada, ahí se planta una cruz color rosa, veo muchas lágrimas y oigo gritos desesperados; a menos de medio metro, dos jóvenes mujeres se abrazan y la intensidad de su llanto alcanza el cielo, ambas tienen una capucha pero se han desenmascarado el alma, de fondo se oye la voz que clama repetidamente por justicia y su grito desgarrador está teñido de rabia e impotencia. El discurso ha terminado y las caras de los asistentes caen casi hasta el piso, hay un silencio construido que de repente se rompe con intensos recordatorios a los jefes del gobierno….en paz descanse Isabel Cabanillas.