Texto: Björzh Z. | Ilustración: Medusczka
A estas alturas la historia de la vida de Juan Gabriel es como un credo religioso conocido por la mayoría de los mexicanos. Que si lo abandonaron de niño, lo metieron a la cárcel injustamente o de lo mucho que sufrió cuando llegó a la capital a probar suerte, son episodios clave en esta pasión en la que se ha convertido la vida de este controversial y aclamado artista.
La figura que encarnaba Juan Gabriel hasta hace unas semanas atrás era sin duda importante en la cultura popular de México y de las comunidades hispanas en mucho países del extranjero. Representaba una de las figuras más sobresalientes de la música latina y era sin duda un embajador de nuestro país en todo el mundo.
Más allá de los alcances y números que arroja su carrera, que se cuentan por millones, la idea que se tiene del artista cambió la tarde del domingo 28 de Agosto cuando se confirmó su muerte en Santa Mónica, California. Como era de esperarse, eventos masivos que se convertirían en funerales públicos se organizaron en dos puntos clave de su carrera: Ciudad Juárez y el Palacio de Bellas Artes en la Ciudad de México.
“Agustín Lara fue el primer gran compositor de masas. Fue el primero en descifrar a México en lo romántico. José Alfredo Jiménez nos concibió en un estado de la autodestrucción y nos enseñó la poesía intensa y perfecta. Juan Gabriel, en su caso, nos enseñó el monólogo del amor, el amor a nosotros mismos y a los demás”
Pável Granados.
Los que serían actos simplemente protocolarios se convirtieron en tumultuosas ceremonias cuasi religiosas. Los asistentes que se contaban por centenares terminaron siendo miles y miles que abarrotaron las sedes de estas ceremonias. El fenómeno en que se convirtió toda esta situación rebasó por mucho las expectativas que se tenían sobre ella.
Si bien, la música de Juan Gabriel ha estado presente durante décadas en la cultura mexicana, los actos de entrega abnegada por parte del público hacen ver como si se tratara de una figura religiosa. La aproximación de su obra con los sentimientos más elementales es clave en esta visión. Podemos ligar la letra de sus canciones a descripciones literales de nuestros infortunios amorosos, a nuestros episodios de alegría, nuestros arrebatos de amor o simplemente honrar la memoria de un ser querido.
“Su fijación en su madre, su homenaje reiterativo al matriarcado en un país supermachista y homófobo lo encumbró. Juan Gabriel nos convocó a todos y el pastel de mármol blanco llamado Bellas Artes fue el primero en abrirle las puertas a la cultura popular…”
Elena Poniatowska
Y es que Juanga se va en un México herido como nunca y lastimado como siempre, su partida en el ánimo de las personas cala porque representa uno menos de los buenos. Su nombre e imagen es un estandarte definido que nos demostró que todo sacrificio tiene una recompensa.
Fue el resultado de ese golpe de suerte al que tanto le apostamos los mexicanos. La muestra de aprovechar la oportunidad única que se da en la vida. Ya con un éxito abrumador siempre mantuvo su postura de admirador ante figuras entrañables del medio del espectáculo, reflejando nuestro propio deseo por pertenecer a esos círculos de los inalcanzables.
Siempre confesó su deseo por permanecer en la memoria de su país y quedar plasmado en la historia del mismo, y vaya que lo hizo con un sinfín de records alcanzados en toda América, casi dos mil canciones registradas bajo su autoría, millones de discos vendidos y aunque también tuvo detractores y mucha gente que no comulgaba con su arte, su legado es inigualable e innegable.
Su partida dimensiona la entrega, la disposición y el fervor de los mexicanos por un ídolo. No es que le lloremos a un intérprete solamente, más allá de sus peculiares ademanes, sus desplantes y controversia, nos aflige la ausencia de lo que medularmente nos representaba: El importante y tan abandonado sueño mexicano.
“Un ídolo es un convenio multigeneracional, la respuesta emocional a la falta de preguntas sentimentales, una versión difícilmente perfeccionable de la alegría, el espíritu romántico, la suave o agresiva ruptura de la norma.”
Carlos Monsiváis.