Texto: Bjorzh Znchz. Fotografia: Oswaldo Ordóñez.
Desde que vi un stencil con el rostro de este personaje en una pared del centro histórico de la ciudad de México, no pude sacarme de la mente su nombre, siendo honesto recurría a él para hacer chascarrillos y comentarios tontos que poco tenían que ver con la verdadera historia que tiempo después conocería y fascinaría tanto: La vida, muerte y legado del Niño Fidencio.
Años después una noche investigando sobre un festival que iba a cubrir en el estado de Nuevo León, encontré la ubicación del ahora pueblo llamado Espinazo, a cien kilómetros de Monterrey, donde según los seguidores, están las bases de este movimiento religioso.
Fidencio Constantino Sintora fue un curandero y líder espiritual en la época de la Guerra Cristera que se suscitó en el gobierno de Plutarco Elías Calles. Su fama y prestigio como santero fue en aumento, tanto, que aún en estos tiempos hay fieles seguidores del culto religioso llamado Fidencismo.
Después de haber descendido al calor del tercer infierno de los nueve que habla Dante por toda la carretera a Monclova y de venir escuchando por enésima ocasión la última canción de Lafourcade, por fin vimos el anuncio de Espinazo. El pueblo era más polvoso de lo que imaginé, casas en total deterioro y un ambiente hostil, es como si en este poblado el tiempo no hubiera pasado. El rechinar de las ruedas del tren se cambió por el aire terregoso que te inunda los oídos y las multitudes llegando en carretas son ahora camiones de productos básicos que llegan cada ocho días, es otra realidad a la que había leído y de la que tanto hablaban los historiadores.
Inmediatamente busqué los sitios icónicos de la tradición fidencista, el columpio en donde ataviado de alas de algodón se subía con los enfermos y los dejaba caer para curarlos de sordera y de dolores musculares. El pirulito al cual trepaba y desde las ramas más altas arrojaba fruta bendiciendo y curando a quien golpeara. La pila de agua lodosa en donde sumergía a cientos de seguidores limpiándolos de males espirituales y físicos, pero ya estando allí de todos estos lugares no queda ni la sombra de lo que fueron.
Un columpio oxidado contiene un pedazo de viga que según un vecino chismoso que sirvió de guía, perteneció al original columpio, el majestuoso árbol que aparece en las fotos borrosas de aquellos años es un triste tronco seco que ni para leña servirá. Aquel charco de agua lodosa que se convertiría en una pila cuasi bautismal ahora luce vacía y agrietada. No diré que me decepcioné, porque no esperaba mucho, pero no sé, algo de misticismo y misterio pudiera inundar el lugar, pero no, nada.
Durante mucho tiempo hablar sobre el tema era controversial, la iglesia nunca aceptó ni un solo de los “milagros” hechos por Fidencio ni por ninguna de las “cajitas” (Personas que aseguran son poseídas por el espíritu del niño santo), el gobierno de aquella época estuvo siempre conforme de ver cómo proliferaban otras sectas y cultos para darle en la madre a la iglesia católica, sin embargo, hoy no hay ni controversia, ni el charco, ni el gobierno interesado, ni el niño Fidencio, y yo creo que ni fe.
Ya cuando nos disponíamos a retirarnos del caserío, un señor vestido de un ropón arrugado una capita verde con la orilla dorada toda deshilada y un gorrito de panadero, salió de una de las casitas. Con los ojos cerrados empezó a preguntarnos que si quien venía malo, nosotros a lo mucho que estábamos era crudos, pero el señor insistió en santiguarnos y balbucear rezos.
Hablaba con voz chillona y aniñada, característica a la cual todas las cajitas recurren. Mis sentimientos estaban encontrados, por un lado estaba siendo atendido por una autentica cajita y por el otro, un simple viejito oloroso me llenaba la frente de lodo rasposo. La escena se culminó con cincuenta pesos y el comentario de nuestro entrometido guía: “Es que hubieran venido en marzo, viene un chingo de raza y se pone más padre, y vienen morritas también…”.
Los detractores de esta figura popular, lo catalogan como un elemento que aprovechó las circunstancias, un tipo que no se desarrolló sexualmente y que obsesionado por sus instintos, se vestía de la virgen o del sagrado corazón, sus prácticas sanadoras poco tenían de métodos aceptados por la medicina, extraer tumores con el vidrio de una botella, sacar dientes con pinzas mecánicas y extraer cataratas con corta uñas eran los actos principales. Sus seguidores minimizaron estas prácticas a autenticas obras teatrales, posesiones, demonios y yerbas son lo que ahora se nombra en las invocaciones.
Sin embargo, cada año y en cada ciudad hay cientos de personas que mantienen vivo su legado, actos de fe o de fanatismo, es lo que queda del Fidencismo. Nosotros ya vamos en carretera de regreso, ya sin resaca y apaciguados por tanto calor. La pinche frente es la que me viene ardiendo, creo que me hizo reacción el santo lodo, ni modo Fidencio, entras a la lista de mis santos que alivian por un lado y joden del otro.
“Ya cámbiale de canción“, me reclama Luis.