Llegó el día en que la Ciudad de México retumbaría al recibir a las leyendas que forjaron el heavy metal. El concierto más importante para los fans del rock pesado estaba a punto de comenzar. El Foro Sol completamente lleno, más de 60 mil fans de la mítica banda Black Sabbath esperaban con emoción la hora de su aparición. Me encontraba entre la multitud uniformada de negro, bajo el cielo nublado, amenazador, respirando el frío aire en un momento de suspenso. Una oportunidad irrepetible, ver a una banda legendaria, influencia de tantos, con su alineación original. Ozzy Osbourne, el Prìncipe de las Tinieblas, finalmente había llegado, junto con sus colegas Tony Iommi, el creador del riff pesado, y Geezer Butler el maestro de las notas graves.
A las 20:00 en punto comenzó Megadeth con Hangar 18. En las pantallas el logo característico flameando, junto con unas cuantas fallas en el sonido en las primeras canciones. Sus caras reflejaban emoción y derramaban energía. Los rubios cabellos de Dave Mustaine bailaban de un lado a otro mientras tocaban sus canciones más características como In My Darkest Hour acompañado por visuales dignos de provocar ataques epilépticos. Llega Symphony Of Destruction y la multitud coreaba a tono “¡Megadeth, a huevo, Megadeth!” apropiándose del coro de la manera más mexicana que existe. Puntuales iniciaron y puntuales terminaron, pues debían dar paso a las leyendas, cerrando con Peace Sells (…but who’s buying?) y Holy Wars.
Cae un translúcido telón negro. Vuelan dos demonios en el fondo. La multitud se concentra al frente rápidamente y el concepto de “espacio personal” pierde totalmente su importancia quedando nulo. Sirenas anuncian su llegada, es entonces cuando Ozzy inicia con el inolvidable verso de War Pigs, en el que el público lo acompaña luego de un grito de emoción. El Foro Sol se llena de la magia oscura del inconfundible tono de Iommi y la fuerza del bajeo de Geezer, tan épico momento que casi se nos olvida que Bill Ward no estaba ahí. “Nos tomó mucho tiempo llegar a México…” dijo Ozzy; pero finalmente estaban aquí.
La segunda posición en el setlist fue ocupada por Into The Void, iniciando con el riff más lujurioso del Master Of Reality, capaz de derretir a cualquiera, seguida de una de las canciones más pesadas y oscuras, Under The Sun/Every Day Comes and Goes, complaciendo a los fanáticos más fieles. “Los amamos a todos”, decía Ozzy entre cada canción, alzaba las manos con movimientos torpes, se movía de un lado al otro del escenario con pasos de anciano (no pude evitar reír), incitando a la audiencia a volverse locos. La adrenalina fluyó a su máximo al iniciar Snowblind, obra concebida durante sus años sumergidos en la cocaína. Las pantallas se revisten de imágenes del polvo blanco tan querido por los músicos y por muchos de sus fans, suenan aquellos tiempos oscuros del Vol. 4, cegados por la dependencia al placer.
Un poco de lo nuevo: Age of Reason, pieza representativa de su último álbum, 13, que los colocó de nuevo en los primeros lugares de ventas luego de más de 40 años. Sin duda una canción que refleja el gran trabajo de Rick Rubin como productor y toma amorosamente el sonido característico de sus primeras composiciones para sublimarlo. Durante el solo de guitarra, nuestro carismático vocalista se hinca a hacer señales de alabanza a Iommi, luego comienza a gatear alrededor de Geezer, mientras este con una ligera sonrisa conserva su pose solemne y continúa tocando con la pulcra técnica que lo caracteriza. Luego de este circo Ozzy anunció que tocarían un tema que escribieron hace mucho tiempo, cuando todo empezó. Entonces el lugar se cubre por una atmósfera lúgubre, se siente el frío, se escucha la lluvia, era tiempo de escuchar el himno de los amantes del rock pesado, el homónimo Black Sabbath. Uno de los momentos inolvidables en los que la multitud enloqueció gritando, portando el signo del rock en cada mano, levantándolo hacia el cielo.
Luego de sacudir cerebros tocando Behind The Wall Of Sleep el escenario se vacía, para dejar solamente al maestro Geezer Butler, era el momento de lucirse tocando el solo de bajo más característico de la historia, anunciaba el inicio de N.I.B. Con una precisión endemoniada Geezer conquista al público con cada poderosa nota que emite. Sale Iommi empezando con el “diabulus in música”, los acordes prohibidos, seguido por Ozzy que grita “Oh Yeah!” en el momento esperado. El solo de guitarra perfectamente ensamblado con el bajo al final de la canción forman el más delicioso momento de la celebración.
Hora de un sencillo, suenan los poderosos acordes de End Of The Beginning. Al terminar seguiría el momento de escuchar una pieza clave para los verdaderos admiradores de la banda (y en lo personal, mi favorita), se trataba de Fairies Wear Boots. Indescriptible el sentimiento de escuchar ese reverb al principio en la guitarra y percibir por la vista y el oído la genialidad de Tony Iommi. Un pequeño descanso para Ozzy mientras se desarrolla el hermoso interludio instrumental. Luego regresa para cerrar, cantando sobre sus alucinaciones de hadas con botas. (Yo no podía con el frenesí, estaba a punto de explotar o ahogarme en el lick final.)
La exaltación continúa al sonar Rat Salad y es aquí cuando llegamos a hablar sobre el reemplazo de Bill Ward. Muchos hubiéramos querido ver a Brad Wilk, baterista de Rage Against The Machine, quien fue el baterista de estudio durante la grabación del álbum 13, pero fue Tommy Clufetos (baterista de Ozzy Osbourne) el encargado de llevar el ritmo durante la gira. Es un gran lugar que cubrir, el de Bill Ward, pero Clufetos logró ganarse a la audiencia con un espectacular solo de batería al final de esta última canción. Habiendo terminado escuchamos el poderoso golpe del bombo, seguido por la melodía que cada alma sin excepción tenía que cantar: Iron Man. Todos saltaban y gritaban, era una fiesta oscura.
Sabíamos que el concierto avanzaba hacia su fin. Ozzy seguía recordándonos que nos amaban. Sonó una tercera parte del álbum 13, God Is Dead, seguida por Dirty Women, durante la cual se proyectaron visuales que complacían a todos los varones presentes. Fue luego planteada una pregunta por Ozzy “¿Quieren vernos de nuevo?”, la condición era una: volvernos totalmente locos con la siguiente canción. Fue el tiempo para una pieza emblemática: Children Of The Grave. La respuesta no podía ser diferente a la solicitada, era la misma fiesta oscura, intensificada.
Terminando, la banda se despidió, el Príncipe de las Tinieblas se inclinó a besar el suelo y abandonaron el escenario… por un momento.
Suena el grito de la multitud, “!Sabbath!, ¡Sabbath!”, pedían más. No tardó mucho en salir Ozzy, incitando al público a gritar más fuerte. Todos sabíamos lo que faltaba, esperábamos la canción más representativa de los padres del heavy metal. Entonces ocurrió algo inesperado. Comienza a sonar el riff de Sabbath Bloody Sabbath. La emoción se esparce (no imagino mi cara de asombro) mezclada de cierta manera con escepticismo, pues nuestro alabado vocalista está ya demasiado acabado para poder con notas tan altas. Entonces, justo antes del momento en que la voz debiera comenzar, el riff de Sabbath Bloody Sabbath se convierte en el de Paranoid. El grito de la adrenalina retumba en el Foro Sol. Desde los más grandes hasta los más jóvenes cantan y bailan al ritmo de la canción que ha sido la carta de presentación de Black Sabbath desde sus primeros tiempos.
Nos despedimos así de Black Sabbath, con el corazón inflamado. Ya no importa que Osbourne haya hecho el ridículo en un reality show, no importa que Tony Iommi esté acabado por el cáncer, como tampoco importa que “sean unos ancianos” para muchos. El hecho de haber visto a las leyendas enaltece cada uno de los recuerdos. Como ellos mismos dijeron, tenían que hacer esta reunión ahora, porque en unos años habría sido demasiado tarde: iban a estar muertos. Con esto tomamos parte del último brindis de los padres del heavy metal, por la vida y la historia del rock y por lo que Black Sabbath representa.
Black Sabbath: El Último Concierto.
Por: Belem García.
Foto por: Toni François
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